James Hoff tiene diecisiete años y no sabe muy bien qué quiere hacer en la vida. Solo sabe que el mundo se abalanza hacia la destrucción total, pilotado por una raza de seres (los humanos) ávidos de dinero y habituados a lujos tontos a los que no son capaces de renunciar. Sí: la situación es desesperada, y no hay nada que se pueda hacer al respecto salvo escribir textos furibundos que, al final, solo lee el profesor de Lengua. Si al menos Sadie Kinell cortara de una vez con el pesado de Will y volviera con James, tal vez este pudiera ver el mundo de manera diferente. Pero eso es tan poco probable como que desaparezcan los coches. O más.